¿Para qué sirve la culpa?
Hay muchas chances de que lo primero que pensaste cuando leíste el título fue: ¡Para nada! La culpa no sirve para nada.
Y hoy vengo a contarte que, como toda emoción, la culpa también nos viene a traer un mensaje valioso y a veces sentir culpa puede ser -o convertirse en- funcional.
A pesar de ser una emoción displacentera (no existen emociones negativas ya que todas tienen una función), y debido a que rápidamente puede enquistarse, la culpa necesita ser escuchada y no reprimida. ‘No sientas culpa’ es equivalente a que te digan ‘No tengas miedo’. Lo que en realidad necesitamos es entender qué me esta diciendo o avisando esa emoción, y por qué.
Freud diría que es la culpa es la expresión de tensión entre el Yo y el Superyo. Dicho de otro modo sin tanta connotación psicoanalítica, la culpa es la activación del pasado manifestándose en el presente y siendo juzgado por mi ser del presente.
Todxs llevamos con nosotros un conjunto de reglas internas y estándares que regulan cómo funcionamos, cómo actuamos, qué decidimos. Rigen nuestro comportamiento y se forman en base a nuestra historia, cultura, familia, dónde crecimos, qué nos enseñaron, y nuestras experiencias de vida. Hay algunas que tenemos más conscientes, y otras que operan de manera automática o inconsciente, pero con mucha fuerza. En coaching las llamamos creencias.
La culpa es esa alarma que se prende cuando hacemos algo que trasgrede nuestras propias normas internas, cuando hacemos algo que va en contra de lo que pensamos que esta ‘bien’ o, dicho de otro modo, cuando (creemos que) nos equivocamos. Incluso la culpa puede aparecer no solo ante un acto concreto, sino tan sólo ante la intención de hacerlo.
Y acá es donde se pone interesante: ¿Cuáles son esas normas internas que estás quebrando? ¿Podés identificarlas específicamente? Muchas veces el trabajo de hacer consciente lo inconsciente es un gran primer paso para trabajar la culpa.
A mi, por ejemplo, me da culpa cuando alguien me pide ayuda y yo no se la doy (porque no tengo tiempo, ganas, o no sé sobre el tema). Mi norma interna en este caso es que siempre tengo que ayudar a los demás. Y si no lo hago, entonces estoy en falta. ¿Te pasa?
Podemos entonces indagar -perdir(nos) información - para dos posibles opciones:
i) Asumir responsabilidad, es decir, desarrollar nuestra capacidad de responder, que por definición requiere de vulnerabilidad - algo que nos cuesta bastante en general. Si nos quedamos en la culpa no hay acción posible. En cambio, en la responsabilidad sí: podemos pedir disculpas, enmendar el error si es posible, o simplemente tomar nota para no cometer el mismo error en el futuro. En este caso, el dolor que sentimos es legítimo por seres humanos imperfectos que somos;
ii) La que más me gusta: revisar nuestras creencias y normas internas. ¿Cuál es la norma que estoy rompiendo y que tan rígida es? ¿Estoy de acuerdo hoy con esa creencia o necesita una actualización? (Cuántas actualizaciones le hacemos al celular y qué pocas a nuestro propio disco rígido ¿no?)
En mi caso anterior sería algo así: ¿Siempre tenes que estar disponible para ayudar a los demás? ¿En qué casos estaría bien para vos que no sea así? ¿Quién dice que siempre hay que ayudar a los demás? ¿Qué permisos te podes dar? etc…
El problema con la culpa en general se da con la forma a veces más que con el fondo. Es decir, cómo recibo la información.
Cuando la culpa se vuelve torturadora y circular, es decir, cuando entramos en un loop de pensamiento agresivo, que lastima nuestro autoestima, la emoción se vuelve disfuncional ya que la forma anula el fondo. Es como cuando le gritas a tu pareja o decís algo de mal modo: no importa si es importante, el receptor se anula y el mensaje se pierde. Nietzsche dice que se vuelve incluso una forma de crueldad y autoagresión contra uno mismo, y esto efectivamente es muchas veces lo que sucede. Por supuesto que entre una forma torturadora y una forma amable de recibir la información, hay muchos grises. Como siempre, va a depender de la bioindividualidad de cada unx.
Ahora, si logramos que la culpa avise que cometí un error según mi sistema de normas internas de tal forma que no me anule, podemos entonces trabajar en lo mencionado más arriba: aceptar los errores, asumir la responsabilidad y aprender de ellos; o más interesante aún, cuestionar mis creencias personales y trabajar en su flexibilización o actualización.
Se convierte en una culpa que ayuda a reparar en lugar de torturar, tomando palabras de Norberto Levy, psicólogo argentino, la madurez emocional está en convertir la voz culpadora en un ‘sabio advertidor’.
Sí, ya sé. Es más fácil decirlo que hacerlo. Especialmente para la cultura judeocristiana en donde la culpa es ontológica más que psicológica.
El trabajo sobre las creencias personales puede ser incómodo y suele provocar emociones intensas. Por eso es muy importante trabajar para procesarlas en lugar de reprimirlas, ya que cuando nuestro cerebro no puede procesar completamente los sentimientos, los almacenan en sus células, órganos, músculos y fascias, y luego aparece lo que se conoce como ‘somatización’. O en palabras coloquiales: dolores de panza, migrañas, contracturas, sarpullidos en la piel, etc.
Comprender y trabajar en nuestro sentimiento de culpa, especialmente si es crónica y disfuncional es parte de la inteligencia emocional que necesitamos desarrollar para que nuestras emociones nos abran (y no nos cierren) posibilidades.