No me di cuenta de que me estaba quemando.
Porque era funcional. Porque rendía.
Porque tenía reconocimiento.
Porque me decía a mí misma: “es una etapa”, “ya va a pasar”, “yo puedo”.
Hasta que no pude.
No fue de un día para el otro.
Fue una acumulación silenciosa.
Pequeños “sí” que querían decir “no”.
Reuniones donde no estaba.
Domingos con angustia.
Madrugadas con insomnio.
Ese momento donde todo lo que amás se empieza a sentir como carga.
Le puse nombre después: burnout.
Podemos decirle ‘cansancio’, pero del que no se arregla durmiendo.
Y entonces hice lo que aprendí a hacer: buscar soluciones, formarme más, leer, estudiar, optimizar.
Hasta que un día, como en esa escena de El Eternauta, escuché adentro mío algo parecido a esa frase:
Volver a lo que ya sabía
No necesité una nueva metodología, ni hacks, ni cursos milagrosos.
Necesité volver a tomar mate con el sol en la cara.
A caminar sin auriculares.
A tener conversaciones sin mirar el celular.
A escribir en un cuaderno, no en Notion.
A aburrirme sin querer hacer algo productivo con eso.
A pedir ayuda.
Necesité volver a escucharme.
Volver a preguntarme qué sentía.
Y aprender a quedarme en esa pregunta, sin correr a responderla.
Fue incómodo.
Fue lento.
Fue profundamente reparador.
No todo necesita un update
No todo lo viejo está roto.
No todo lo nuevo es solución.
A veces, lo más innovador no es reinventarse.
Es recordarse.
Volver a lo esencial.
Volver a lo que nos hacía bien antes de que todo se llenara de “debería”.
Desempolvar lo que ya sabíamos
En los espacios donde trabajo con personas, equipos, líderes emergentes, veo que hay una constante que se repite, aunque venga disfrazada de distintos desafíos:
el problema no es que no saben qué hacer...
el problema es que han dejado de confiar en lo que ya sabían.
– Mirar a los ojos, en lugar de una pantalla.
– Decir “no sé”, en lugar de dar respuestas sin sentido.
– Sostener una pausas, en lugar de hacer sin rumbo.
- Comer con tus compañeros de trabajo, en lugar de enfrente de la computadora.
- Llamar, en lugar de mandar un mail.
- Preguntar “¿cómo estás?”, en lugar de pasar a lo importante (como si eso no lo fuera)
- Escuchar, en lugar de esperar tu turno para responder.
- Celebrar logros pequeños, en lugar de solo mirar KPIs.
- Acompañar procesos, en lugar de apurar resultados.
Nos llenamos de formaciones, marcos de referencia, metodologías, siglas nuevas.
Y sí, muchas son valiosas.
Pero lo que más falta no es conocimiento (de hecho hay demasiado)
A veces el verdadero acto de liderazgo (y de autoliderazgo) es rescatar lo que sí funciona, lo que sigue siendo humano, lo que no pasa de moda: la escucha, la presencia, la humildad, la comunidad, el coraje colectivo.
Esta es mi mirada desde la que que acompaño a personas que están emergiendo en el liderazgo de personas, procesos, proyectos.
Si estás en ese momento bisagra —de crecimiento, de cambio, incluso de crisis te cuento que estoy abriendo 4 cupos para coaching 1:1 en JULIO.
Aplicá acá y charlemos.
Lo viejo funciona.
Lo humano también.
Me encanto!!