De emociones, espacio y superpoderes
En los últimos años hablamos cada vez más - aunque no suficiente - sobre el papel fundamental que juegan las emociones en nuestra vida, en nuestras acciones y decisiones y fundamentalmente en nuestra salud.
Pero el concepto ‘inteligencia emocional’ popularizado por Daniel Goleman en los años 90 influenciado por los trabajos de Howard Gardner (teoría de las inteligencias múltiples) y Mayer y Salovey, generalmente es interpretado como la capacidad para gestionar las emociones. Podemos usar otros verbos como manejar, calibrar, equilibrar, gobernar, y a pesar de que yo no soy muy adepta a esta palabra, hay quienes incluyen la palabra controlar.
Aprender a gestionar nuestras emociones es fundamental para el desarrollo saludable de nuestra vida personal y profesional, de nuestros negocios, relaciones. También es esencial para el desarrollo de un (auto)liderazgo y (auto)management en equipos saludables.
Sin embargo, el paso previo para aprender a gestionar nuestras emociones y empezar a aplicar todas las herramientas y técnicas de neurociencia, psicología cognitivo-conductual, psicología positiva, entre otras, es sentirlas.
Las emociones son energía en movimiento (e-motion en inglés), es decir, que están destinadas a fluir; la energía estancada, sin movimiento, sin expresión, se acumula y se pudre.
Expresar nuestras emociones no siempre significa verbalizarlas. Sí, es cierto que el etiquetado emocional es una técnica de gestión de las emociones (lo opuesto al estrés no siempre es la relajación, sino la claridad emocional) pero a veces cuando hablamos o pensamos acerca de nuestras emociones - que siempre nos traen información y datos sobre algo que nos esta sucediendo - nuestro cerebro se mete en el medio y empezamos a racionalizarlas.
Cuando sentimos auténticamente nuestras emociones las escuchamos, las atravesamos, y luego se disipan. En realidad las emociones duran alrededor de 90 segundos en promedio ¿sabias? ¿Qué pasaría si por esos segundos nos diéramos más permiso para sentir?
Sé que con las emociones placenteras es más fácil de entender. Pero con las que nos incomodan sentir en general tendemos a querer pasarlas rápido, suprimirlas y seguir. El famoso bypass emocional.
¿Cuántas veces escuchaste a alguien pedir perdón porque esta llorando? Yo lo hacía. ¿Perdón por sentir? ¿Perdón porque me importa? Ahora lloro en cualquier lado, cuando me nace, cuando algo me conmueve (bastante seguido), cuando lo siento, porque entendí que no estoy sensible, sino que soy sensible, y eso no es sinónimo de fragilidad. De hecho, en tiempos donde reina el principio de supremacía de la racionalidad, lo considero un (mi) superpoder.
En resumen, la gestión emocional es esencial, y sirve MUCHO, pero necesitamos también permitirnos y darnos espacio para sentir lo que sea que surja para nosotros.
Para eso solo necesitamos tiempo y espacio. Hacer y sostener espacio (es la tercera vez que uso esta palabra. Pista: es clave) es una habilidad, por momento se siente que no estamos haciendo nada. La incomodidad está - especialmente cuando es algo que no queremos sentir - pero qué importante es sostenerla.
Sostener la incomodad. Uf, a mí hay veces que me cuesta un montón. Tratar de que mi mente no interfiera en ese momento y empiece a darme todas las opciones para distraerme, justificarme, tranquilizarme o, peor aún, incrementar su intensidad.
Escuché esta frase hace unos meses que me repito como mantra en esos momentos: ‘Feel the feeling, drop the story’ (sentí la emoción, deja ir la historia)
Ser positivo es necesario - aunque no suficiente - pero no siempre lo que necesitamos es ‘arreglar’ lo que va mal. Simplemente a veces solo necesitamos dar espacio (cuarta) para que lo que sea que se necesite se exprese, se mueva, fluya y se libere. Not numb out, no adormecernos.
La inteligencia emocional también incluye libertad emocional. Libertad para darnos el permiso de sentir, la valentía para sostener espacios (quinta) sensibles y la fortaleza para reconocer que sentir - lo que es placentero y lo que no lo es tanto - no es una debilidad, sino nuestro más auténtico superpoder.